Texto y fotos por Sergio Benvenutto.
Como suele suceder, las y los vecinos de la Villa La Pastora o no se saludaban, o se saludaban apenas, quizás con algún gesto cómplice, de gente que se conoce, con pasado común.
Que en este caso resulta hasta épico, atendido lo difícil que fue tener una casa, y el carácter colectivo de la empresa. Empresa que se sostuvo en la Cooperativa de Vivienda La Pastora, impulsada primeramente por María González, en el Barrio Buzeta de Estación Central, a medidados de los sesenta.
Ella fue la primera en llegar a lo que fuera un damascal, adquirido a 11.700 pesos el metro cuadrado.
Entre las personas que conversaron con La Batalla había quienes pertenecieron a esa primera generación. Ana Alegría, por ejemplo, que llegó el 02 de enero del 68, con tres hijos y 23 años de edad.
¿Por qué le pusieron La Pastora a la cooperativa?
«Porque la señora María era del sur, y le gustaban las ovejitas», responde Ana y llueven las risotadas.
«En serio… —repone un vecino—. Por eso mismo que el pasaje de aquí al lado se llama Cencerro».
El pasaje Cencerro, precisamente, junto con Elizabeth Heisse y La Pastora, envuelven lo que puede denominarse el corazón de la villa: un espacio público rectangular, que hace diez años fuera entregado por el mismo vecindario, cansado de cuidarlo, a la municipalidad de Maipú.
Y que sobrevivía yermo, cercado por un triste alambrado, hasta que un vecino más jóven que el resto, el Consejero de la Sociedad Civil electo Carlos Díaz Rocha, tuvo la idea de hacer allí un huerto.
La idea fue recogida con entusiasmo por la municipalidad, a través de la Dirección de Aseo, Ornato y Gestión Ambiental (DAOGA), y especialmente del departamento de Educación Ambiental, que dispuso el personal y los recursos necesarios para que las y los mismos vecinos la materializasen.
Ahora, el corazón de la Villa La Pastora es el «Huerto La Pastora», dotado de mobiliario fabricado en base a palets y rodeado de flores, guardado por un mural que retrata a quienes lo cultivan:
«Ha unido», coinciden.
«Hemos vuelto a saludarnos los vecinos», dice Ana Alegría, Porque nosotros, ya todos mayores, recluidos en las casas, con la tele y todas las leseras, ya ni el hola nos dábamos».
Cada martes se les puede encontrar, conversando, aprendiendo, enseñando; sembrando y cosechando.