Texto y fotos por Sergio Benvenutto.
«Voy a tener mi cama sola, mi pieza sola. Y mi hermana también».
Es lo que le dice su hija de siete años a Zoila Antillanca, habitante y dirigenta del campamento La Isla, del sector de Rinconada de Maipú:
«Anda todos los días hablando de su casa… Mami: ¿Cuándo vamos a tener nuestra casita nueva?, ¿va a ser de segundo piso?, ¿va a tener escaleras? Todo eso me pregunta».
La noche atrapa como una mano negra a todo cuanto acontece en aquel húmedo espacio. A unos cincuenta metros, corre el Mapocho. Más allá se alzan los cerros que marcan el linde de la Hacienda La Rinconada, propiedad de la Universidad de Chile.
Según la fundación Un techo para Chile, son noventa familias las que pueblan el lugar.
Dueña de casa, Zoila Antillanca vivió de allegada durante varios años. Hasta que un amigo le sugirió a su esposo que instalaran una mediagua en aquel sitio.
El amigo de su esposo es el esposo de Rosa Ocares (en portada).
Líder de la dirigencia esta última, trabaja haciendo el aseo de un condominio ubicado en Av. Pajaritos.
Los esposos de ambas mujeres trabajan en el campo, por los alrededores.
¿Cuánto ganan en el campo?
«Los días buenos, pueden llegar a ganar treinta, treinta y cinco mil pesos; los malos, ninguno».
Dependen del día a día. Y cuando llueve no pueden trabajar. Por eso, en la medida de sus posibilidades, guardan lo que tienen pensando en esta estación.
«Lo peor de todo esto es que hay mucho niño, demasiado niño —dice Rosa Ocares— , y la mayoría de los niños todo el año casi están enfermos, sobre todo en tiempo de invierno. Hay niños que han caído hospitalizados, por el hecho de que esta humedad les hace mal. Por más que las mamás los cuiden, por más que los mantengan adentro, en sus piezas. Así que por eso tratamos de hacer fuego, de prender carbón, de forrar más las piezas».
Las familias de Rosa Ocares y Zoila Antillanca lograron juntar los cuatrocientos setenta mil pesos que les exige el subsidio.
Demoraron años en hacerlo, torneo de baby fútbol mediante, vendiendo completos, sopaipillas, alfajores, etcétera.
«Cada familia juntó su ahorro trabajando», recalca Rosa Ocares.
“Somos de la comuna, gente nacida y criada aquí, que ha vivido toda su vida trabajando”, alega a su vez Zoila Antillanca, como ante un escrutador invisible.
¿Por qué el proyecto no aparece en la tabla del Concejo Municipal de Maipú?
Rosa Ocares no titubea:
«Yo siempre he pensado que la municipalidad no quiere mostrar el proyecto en tabla dentro del Concejo Municipal por miedo a la gente [del sector donde se ubicaría el proyecto]. Porque ahora vienen las elecciones, y ellos no quieren perder, ellos quieren ganar. ¿Y qué es mejor para ellos?: Tapar el proyecto, y quedar bien con las familias del sector».
«Tienen miedo, y nosotras hemos sido muy respetuosas con los concejales, hemos sido muy respetuosas con el alcalde, hemos tenido mucha paciencia, hemos tenido muchas reuniones con muchas personas. SECPLA, DIDECO, Vivienda, y con muchas personas más».
«Hemos hablado con concejales. Y los concejales, ¿qué es lo que dicen?: Es que nosotros tenemos que esperar a que se muestre en tabla. Y nosotros vamos a votar a favor».
¿Qué concejales les han dicho que votarán a favor?
“Almendares. El que me acuerdo siempre es Almendares”, asegura Rosa Ocares.
Asimismo refiere una conversación con el director de DIDECO, Jaime Azúa:
«Él me dijo: No te preocupes, esto va a salir en tabla en una semana. Hace un mes que me lo dijo: Esto va a salir en tabla esta semana. No te preocupes, porque el proyecto va».
Rosa entrecierra los ojos al imaginar una casa, y cruza sus dedos, como si estuviese orando. La imagina “con un patio, con unas rosas por los lados. Por dentro, con cerámica, calientita, una ducha. En donde mirar y decir: Mira, mi casa que es linda”.
La noche llegó al campamento La Isla, en Maipú. Apagamos la linterna y el rostro de Rosa y de Zoila desaparecen en la oscuridad.
Comienza a hacer frío.
—Estamos listos. ¿Vamos?