Las promesas y límites del periodo histórico más reciente de Maipú, se han centrado por estos días en cuestiones como las aspiraciones democráticas de inaugurar –y pone en cuestión– la extensión del Metro de Santiago y junto a ello actualizar los atributos sociales de la industrialización, la tecnología y el progreso.
Los objetivos de la llegada del tren subterráneo hasta Maipú -según reza el sentido común- son, además de reducir los tiempos de desplazamiento entre la ciudad oficina y la comuna dormitorio, estimular el sentido de pertenencia de los usuarios con su idiosincrasia. Asimismo, es posible que la arquitectura social del tren urbano no haya considerado las relaciones entre exterior e interior pues su diseño para brindar el mejor panorama y control visual de las zonas de transición entre lo público y lo privado, resultan un homenaje al futuro absurdo.
El realismo urbanizado y el realismo idealizado que significa el Metro no apuntan a hacer mejores usuarios sino a corromper la alegría del recuerdo.
Amparados en la utopía del simulacro, verdaderas hordas de operadores políticos coinciden en señalar a la mayor obra de transporte comunal como el elemento básico que actúa como mediador entre la representación mediática y el poder local. Es decir, el Metro –su ingeniería– seduce con armas nobles no obstante saca a relucir, apenas, el talento y la sensibilidad de su verdadero precursor: Herman Silva Sanhueza.
Agobiados al llegar al ciclo histórico, numerosos activistas de diversos orígenes políticos levantan festivales de lienzos, pendones, gigantografías y panfletos para apropiarse de aquello que no visualizaron ni imaginaron.
Y según el credo de viejos, antiguos maipucinos, la tierra está allí donde haya tumbas. O mejor, a nuestra comuna estamos unidos por la sangre, y la sangre es memoria sin lenguaje. Así, intenso y saturado, Herman Silva, quien mora en una tienda partidaria de la cual me precio de no corresponderle, en una actitud con paciencia de orfebre logró erigir en dos periodos de ejercicio edilicio una dinastía de realizaciones para Maipú, pues emprendió el largo camino para soñar un hospital en la tierra del abrazo de la historia y opuso una actitud obstinada ante los fantasmas del deseo de privatizar sus aguas pues concebía que los anhelos de gloria y fama pueden ser promovidos mediante la construcción de nuevas escuelas, extensos programas de pavimentación de calles y avenidas además de perseverar en el rescate de obras patrimoniales ante la inapelabilidad en torno a los problemas, sensaciones y obsesiones del autentico hombre de Maipú.
Para finalizar, se dirá que Herman Silva Sanhueza ha sido el alcalde con menos prejuicios, quien ha pensado los aspectos cotidianos que nos han afectado directamente: el tiempo y la edad, la imagen de la realidad a través del empoderamiento cultural de nuestros sueños.
Seamos justos con el alcalde Herman Silva