¿Leer o no leer?

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No nos engañemos, si queremos hacer de Chile un país de lectores, el IVA es importante pero no lo fundamental.

Deben existir pocas actividades tan placenteras y enriquecedoras como la lectura. Junto al deporte, leer es una actividad que los chilenos no solemos practicar a menudo. Esto demuestra que el ser humano no tiene necesariamente un auto cuidado especial por su desarrollo, este debe ser cultivado a través de políticas públicas a gran escala.

Me interesa refutar un eslogan simplista y falaz, aquel que afirma que una buena iniciativa para aumentar la proporción de lectores consiste en bajar o derogar el llamado «impuesto al  libro», el cual no es más que el común valor agregado a casi toda transacción comercial en nuestro país (IVA), en la práctica, una sobrecarga del 19% al valor de los libros. Esta acción, contrario a la opinión común, realmente no va a redundar significativamente en aumentar en número de lectores.

Sin embargo, dicho sea de paso, hay buenos argumentos para eliminar el IVA al libro. Chile es el único país del mundo que grava los libros con un impuesto regresivo tan alto. Lo que seguramente indignará más al público lector es que están exentos de IVA los insumos a las fuerzas armadas y las controvertidas primas de seguros de vida. Así es, en Chile recibe más castigo tributario comprar libros que armas.

Ahora bien, volviendo al tema del precio, si el famoso IVA fuera derogado para la industria librera, aun así Chile seguirá teniendo precios altos. Un factor no muy conocido es el valor del libro en relación al poder de compra de la población. Un mismo titulo, por ejemplo Harry Potter, en Estados Unidos es 4 veces más barato que en Chile. Sin embargo, si incorporamos aquella variable, la diferencia pasa a ser de 14 veces. Si descontamos IVA, se convierte en 11 veces. En síntesis, al ciudadano chileno la compra de un libro le significa una merma mucho mayor de su presupuesto que para el resto del ciudadano promedio de países OCDE, con o sin IVA.

La verdadera explicación al fenómeno del encarecimiento editorial parece descansar en la pequeñez y lejanía de nuestro mercado y, sobre todo, la naturaleza monopólica de las editoriales que importan libros a Chile (el 70% de las ventas), las cuales simplemente no compiten entre ellas por un autor. Así, por ejemplo, el titulo 2666, de Roberto Bolaño, editado por la catalana Anagrama, no baja de los $27.000 en Chile, sin embargo, un clásico como Los hermanos Karamázov, de Fiódor Dostoievski (de similar numero de paginas que el libro citado de Bolaño) tiene precios que oscilan entre los $11.970 y $28.000 en sus diferentes editoriales disponibles. El problema está en el mercado, no en los impuestos.

Volviendo a la lectura en nuestro país. Cualquier observador imparcial frente a hábitos lectores deberá distinguir entre dos grandes diferencias: quiénes leen y quiénes no lo hacen.

Según informes de prensa, el 53% de los chilenos lee menos de un libro por año. Como es sencillo sospechar, las tazas de lectura van decreciendo a medida que descendemos en los estratos socioeconómicos.

La pregunta indicada es: ¿Por qué razón los chilenos no leemos?

De vital ayuda para esta columna me han sido las conclusiones del tesista Matías Pablo Coñica, quien en su trabajo para obtener el grado de magíster en Economía Aplicada, titulado «Determinantes para la lectura en Chile», ofrece información valiosa para el presente escrito.

Según datos del INE del año 2005, la explicación por la inactividad lectora en los estratos bajos de la población en la región Metropolitana es la siguiente: El 42 % de los individuos declara no leer por falta de tiempo, el 16,7% por falta de hábitos y habilidades y solo el 4,3% por falta de dinero. En consecuencia, el precio parece ser un factor marginal. Las variables realmente significativas en la categoría de los no lectores son los años de educación. Lo que ocurre es que nos enfrentamos a un segmento importante de personas que sencillamente no tienen al libro como un objeto prioritario.

No nos engañemos, si queremos hacer de Chile un país de lectores, el IVA es importante pero no lo fundamental. La fórmula en países exitosos en términos lectores parece ser una fuerte política pública educacional. Recién comenzaremos a tomarnos en serio el tema cuando aproximemos a invertir el 6.8% del PIB en educación que invierte Finlandia (Chile gasta apenas el 4.2% de su PIB en educación, buena parte de este dinero va al bolsillo de sostenedores privados). Lo demás, es simple voladero de luces.

Derechamente no resulta creíble la promesa del presidente Sebastián Piñera hecha en octubre del año 2010, con ocasión de la inauguración de la 29 Feria Internacional del Libro de Santiago, en la cual el ejecutivo se comprometió aumentar al doble el numero de lectores en nuestro país al final de su mandato.

Ahora bien, según el estudio citado, dentro del público lector, es decir, el 47% de la población, encontramos lectores esporádicos y habituales. La diferencia fundamental dentro de este grupo estriba en las horas de trabajo y la disposición cercana de libros. Este es el grupo que compra libros y quienes asisten regularmente a bibliotecas publicas.

Quienes leemos entonces, ¿tenemos derecho a que el estado siga invirtiendo en acercarnos aún más a los libros?

Por supuesto que sí tenemos ese derecho. Celebro la existencia de bibliotecas públicas que han significado un avance notable, no voy a desconocer el esfuerzo de DIBAM por fundar bibliotecas en cada comuna carente de ellas; punto aparte merece la extraordinaria Biblioteca de Santiago, responsable de 700.000 visitas al año y  1.158 prestamos por día.

¿Qué pasa con aquellas comunas que poseen bibliotecas, pero en mal estado?

En este sentido, críticas merece nuestra alicaída biblioteca municipal de Maipú, fundada en 1991, con un presupuesto irrisorio de 42 millones de pesos, en una comuna que a la sazón tenía un tercio de la población actual. Claramente no responde a las necesidades actuales de la comuna.

Por lo demás, el esfuerzo de BiblioMetro es encomiable, pero sacar un libro apurado desde el fragor de la estación Plaza de Maipú no reemplaza la experiencia de entrar a una biblioteca cómoda, donde poder hojear libros y sentarnos a leer con calma. Hemos renunciado a la biblioteca como lugar de encuentro.

Urge entonces una nueva biblioteca municipal, libros más baratos para los lectores e incluso se podría pensar en un subsidio al libro.Pero no nos creamos cuentos, nada de esto tiene sentido si no hablamos primero de educación de verdad.

* Profesor de Historia y Geografía. Maipucino.

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José Luis Tello

Ver comentarios

  • Felicito la apertura de estos espacios de reflexión en medio de tanta confusión y vaguedades y comparto algunas ideas que señala Denisse, en tanto pareciera que efectivamente ya no hay tanto interés porque la gente lea y piense, a lo que obviamente Fel también aventura una sugerencia en el sentido que la escuela debiera jugar un rol preponderante en la formación del hábito lector, sobre este punto tengo una experiencia como profesor que seria extenso describir, sin embargo me quedo esta vez con una idea que hemos conversado muchas veces con mis colegas, en el sentido de hacer de la lectura una actividad placentera, sin adjetivos ni pronombres, ni acentos gráficos y prosódicos, es importante que fluya el goce interior, la imaginación, el relato diverso y cambiante de mundos reales e imaginarios, donde finalmente se imponga la belleza de la lectura.

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