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Luis Meneses, lustrabotas: “A veces la gente quiere puro conversar”.

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Tiempo de lectura: 9 minutos

Raúl Ruiz dijo que en Chile no hay más de 8, 9 caras; o que hay pocas, ya no recuerdo bien. Puedo decir que es verdad, con base en mi experiencia. Fenotipos (diría yo, ignorante del significado preciso del término) más que caras, por cierto.

En uno de esos fenotipos son subsumibles un compañero mío de Primero Básico, llamado Fabián, al que recuerdo sorbiéndose los mocos en el amplio y entierrado patio trasero de su casa, durante un cumpleaños suyo. Son subsumibles Fabián, digo, y Luis Meneses (59). Y agrego también a otro compañero, este de Kindergarten, del colegio Ignacio Serrano, cuyo nombre nunca supe u olvidé.

Bueno, este fenotipo es el de un individuo macizo, cuadrado, como una tortuga, digamos, la cabeza cuadrada, poco cuello, nariz aguileña, voz rasposa y aguda y anteojos poto de botella (agrego).

Y agregaría también una risa explosiva, también aguda y rasposa. Un “Jejejejeje” ametrallado, pongámosle. Así se rió Luis cuando su hija le dijo: “No se te vaya a escapar un Matthei” (una ordinariez, una vulgaridad), en la entrevista. Dos veces he visto a la hija y a la nieta de Luis ahí, a su lado, mientras trabaja. Pero parece que de casualidad, pues él me dice que no acostumbran ir; que esta vez estaban ahí porque esperan al padre de familia quien regresaba del trabajo a esa hora (seis y media de la tarde).

Luis vive en la casa de la familia de su hija. Un block de departamentos de El Olimpo. Les arrienda una pieza que comparte con su nieta. Si pudiera irse lo haría, para estar más holgado, pues el departamento es chico. Allí se entretiene haciendo el aseo y cocinando. Viendo tele. Poco más. O mejor dicho nada más.

La mayor parte del tiempo lo pasa frente al lustrín de madera que le fabricó su papá (mueblista), en la vereda norte de 5 de Abril, entre Monumento y Manuel Rodríguez, más o menos al frente de la panadería San Camilo.

Llega a las 9 y media en el verano, de lunes a sábado, y se va a las seis, siete. “En el invierno yo me entro más temprano. A las cinco ya estoy guardado ya. Es que es muy helado vivir en la calle, trabajar aquí en la calle”. La mejor hora, en términos retributivos, es la mañana: “desde las diez hasta las dos, más no. A las dos muere aquí, en la tarde ya no hay nadie. Yo me quedo pa’ no irme tan temprano pa’ la casa. Obviamente de repente sí cae algo, como hoy día…”.

Llegó a ser lustrabotas “siempre no queriendo ser apatronado. Nunca me gustó que me mandara la gente, así que siempre trabajé independiente”.

“Los clientes por lo general tienen ganas de conversar. Yo soy cristiano y de repente uso eso mismo para consolar a la gente, y esa es una manera de predicar para mí. Este lustrín es muy bueno porque a veces la gente misma viene con problemas, o no sabe qué hacer… Yo le aconsejo aquí pos, y salen bien ellos, y yo también me siento bien al mostrarles que hay otras alternativas”.

“Hace poco llegó un hombre, se puso a llorar. Yo le pregunté qué le pasa. No amigo, dijo, estoy aburrido de la vida. No tengo pega, no tengo nada… Bueno sí, le dije yo, pero hay una alternativa. Usted tiene que creer, tiene que tenerer fe. Hay un Señor. Yo no le estoy hablando de religión, le dije yo: na’ que ver que vaya pa’ allá o pa’ acá, no me interesa. Pero que acepte al señor Jesucristo como su salvador personal. Sí, me dio las gracias. A veces la gente quiere puro conversar”.

̶ Le gusta su trabajo…

“Si, lo mejor que he tenido. No por el lustrado, es por conversar, es por ser sociable, es por sacar de apuro a veces a la gente. Entonces para mí me sirve también eso. Eso para mí es vida, la calle para mí es vida. He estado toda la vida en la calle…”

̶ ¿Que le gusta de la calle?

“La gente (apura), el pasar, el conversar, las anécdotas que cuentan. Aquí hay historias también que pasan en la calle. Por ejemplo, la otra vez vino una señora, y estaba detrás de este quiosco y le hizo la pillá al marido. Le dijo: Aquí te quería pillar, conchetumare. ¿Viste que me cagabai, hueón?, ¿viste que vos me cagabai?, le decía al hueón. Y la otra mina se fue pal la’o, se puso pa’ allá a mirar la vitrina. No hallaba que hacer la mina…

— ¿Qué edad tenia el hueón? —pregunto. “¡Cinco pañuelos a luca!, vocifera un vendedor.

“El hueón tenía como cuarenta años. Era joven, igual la cagaba. Y la señora no era na’ muy vieja tampoco. Era mejor la señora, y el hueón la estaba cagando con n una vieja más fea que la cresta, el hueón tonto… Así que, ¿ve que es entretenida la calle? Si uno buscándole a la calle lo entretenido se entretiene mucho más en la calle…”.

— ¿Y usted conoce al resto de la gente que trabaja por acá?

“No, no, no. Aquí todo es por el nombre… El que vende paños, el que pasó gritando recién, ese es el “Paño”.  El que vende cigarros… Oye “Cigarro”, le decimos así… El que vende lentes: Oye “Lente”, aquí te llegó un cliente…  Todo por el producto que vende. No nos conocemos. Aquí termina la jornada y chao, cada uno pa’ su lado. Algunos se hacen amigos entre ellos, los más jóvenes. Pero yo soy de la generación antigua aquí pos, así que la generación nueva no me pesca”.

Siendo Luis Muy joven, a poco ha de salir del colegio, se puso a trabajar.

Salió del colegio definitivamente en octavo básico. Estudió en la escuela 85 (hoy, Colegio General San Martín). “Ahí en la escuela fueron los mejores momentos. Lo pasaba bien uno, pasaba puro jugando nomás casi”, dice. Vivía en un campamento, el campamento Esperanza Nuestra (emplazado en Carmen con San José).

Luego, junto a dos amigos evangélicos, inició un periplo por Chile y el cono Sur. “Nos dio la tincada —dice—  y vendimos todas las cosas que teníamos, todas las pilchas, toda la ropa, y nos fuimos, a patiperrear”.

— ¿Y en qué se fueron?

“Tuvimos que caminar”.

—Jajajá.

“… Imagínate la caminada que nos pegamos. Mira: De aquí Temuco, a pie. De ahí de Temuco hacia el sur de Buenos Aires, por la cordillera. A pie en la cordillera, la cruzamos a pie la cordillera pos viejo.

—A pie la cordillera, no creo.

“Sí pos, imagínate. En tiempo de verano, la cruzamos a pie. ¿Cuánto nos demoramos?, no sé. Pero llegamos”.

— ¿Pero cuánto se habrán demorado en ese viaje?

“No sé, qué se yo. No, si no era na’ mucho tampoco, teníai que puro caminar, no ves que en la noche hay tormenta en la cordillera…”.

Continúa: “Hasta que llegamos a paso Icalma, por ahí pasamos. De ahí caminamos toda la pampa que tienen ellos, hasta Bahía Blanca… Y de ahí nos fuimos en tren hasta Buenos Aires”.

“Después nos apartamos. A mí me tocó la suerte de estar trabajando en una fuente de soda, y arriba dormía. Y eso me servía para trabajar y después seguía caminando”. Visitó Foz do Iguaçu, las cataratas…

— ¿Qué recuerda de su vida en Buenos Aires?

“Los mejores tiempos que viví en mi vida de mochilero”.

Después se vino a Chile.

“Aquí ya tuve que trabajar, volver a la realidad, que es trabajar nomás”.

Hay en Luis una pulsión de atrevimiento, de valentía y de bullente alegría vital, que contrasta (contrasta y complementa, como los colores) con una visión pesimista de la sociedad.

Para la elección pasada no votó: ”Aproveché que era voluntario, no fui nomás.  Antes votaba porque era obligación”. Le pregunto por su filiación política: “Partido Socialista, toda la vida, tratando de que las cosas se solucionen. Para mí nunca fue solución, pero nunca voy a cambiar. Porque esa es mi idea, desde mis años de lucha. Acuérdese que yo viví toda la época del dictador”.

— ¿Como la vivió?

“Malazo pos, si había que hacer colas. Yo era el mayor en la casa, así que mi mamá me decía: “Luchito,  hay cola allá en la “Panadería Maipú”. Que es la más antigua, la que está en Pajaritos al lado de los silos…”. “Aquí el ‘73 lo viví crudo, aquí corrían balas. Lo que era INSA (hoy GoodYear), toda esa muralla de INSA, ahí era crudo. Era peluda la cosa por ahí”.

“De ese tiempo soy yo, de la guerra, de la lucha. Cuando se hacían marchas contra el caballero. Cuando estaba el Congreso en Santiago, yo como escolar participaba, pa’ allá partía pa’ la Alameda, a lucharla. Por eso le digo yo, toda la vida del Partido Socialista”.

“Ahora es todo una chacota. Somos todos hermanos, pero en ese tiempo no pos. Ahora es todo ganar votos. Es una cuestión que luchan entre ellos, pero después se van todos al restorán de Valparaíso, se van todos juntos. Ahora es todo por la causa monetaria. Ya no hay lucha. Ya no hay nada. No hay nadie que luche ahora”.

—A usted le gustaría que se diera la lucha…

“Que se diera la igualdad pos amigo mío”.

“Hay una desigualdad enorme ahora en estos años, ¿o no? El que tiene, tiene más; y el que no, jodió nomás.  Aquí, usted sabe, yo vivo al día. Todos los días tengo que saber venir. De lunes a sábado. O si no, no hay nomás… ¿Cuánto ganan los señores que están arriba?, ¿alguna comparación con nosotros? Ninguna. ¿Alguien ha ayudado?, ¿alguien ha dicho: Voy a ayudar al hombre con una caseta… Nadie amigo mío”.

— ¿Cómo le gustaría que fuese la sociedad en el futuro?

“En el futuro… cosa que no se va a dar”.

—No se va a dar dice usted…

“Está escrito que no se va a dar. De mal en peor dice la escritura. Así dice la escritura y así se va a cumplir. No va a ser igual, ni igual para todos. Nada. Ya no ya. Ya no va a ser así”.

“¡Eso es producto del calentamiento global!”, resuena una voz femenina, quizás por dónde entre el gentío.

“Ahora que, cómo se llama…”, dice Luis, pero se interrumpe, y finalmente espeta:

“Andai clarito hueón”.

—Jajajá. ¿Qué está diciendo la señora? —inquiero.

“Esta diciendo el calentamiento global. Anda clarito la otra, hueón”.

—Oiga… pero cómo le gustaría que fuera la sociedad.

«Bueno, más igualdad para el pobre, para la gente que trabaja pos amigo. Para el jubilado. Aquí la gente jubilada trabaja veinticinco años, ¿y cuánto le están pagando? Aquí el sistema chileno es el más mal pagado del mundo. Usted sabe, aquí al chileno con cuea le pagan cien lucas después que jubila… Al hueón van y le dicen: Ya, ándate pa’ la casa. Te vamos a pagar cien lucas y chao. ¿Usted considera que es justa esa pelea? No pos amigo mío. El pobre siempre va a ser pobre aquí en Chile”.

“Y en el resto de América también. Todos los países tuvieron dictadura, y todos estamos jodidos por eso. Si ahora que se levante el país cuesta mucho… Ya no va a ser nunca como antes”.

—Y antes diría usted que era mejor.

“Antes era mejor. Obviamente había menos gente, pero se vivía más tranquilo. Ahora vive la gente enrejada en sus casa… ¿encuentra eso mejor usted?”

“En el campamento entre todos nos ayudábamos. Cuando había una necesidad se hacía algo para toda la junta vecinal. Cuando había un cumpleaños de algún joven o algún niñito todos cooperábamos para la junta de vecinos. Y ahí, en la junta de vecinos, le hacíamos el cumpleaños”.

—O sea, para usted esa sociedad, aun en campamento, era mejor que la de ahora.

“Mucho mejor pos, si era toda comunicativa”.

—Y se ha perdido eso…

“Harto, ahora son todos individuales. Cada uno lucha por lo suyo nomás, cada uno quiere tener más. Usted ve pos, ahora todos encalillados. En estas tiendas grandes, viven encalillados”.

—Usted no se encalilla…

“No, no, no. Pa na’. Gracias al Señor, ni’una calilla… Los economistas en la televisión advierten, pero a la gente le gusta en estos años aparentar. Quién tiene más, quién tiene el televisor más grande, quién tiene el auto más grande… No importa que anden al tres y al cuatro en la semana, comiendo puros fideos y arroz con huevo y arroz con vienesa, pero se dan los lujos de los autos. Todo puro crédito nomás pos. Puro fiado. La apariencia…”.

— ¿Cómo ve a la gente, mentalmente?

“Está pero terriblemente na’ que ver. Está loca. Los viejos vienen locos, carreras pa’ allá, carreras pa’ acá. Trabajando en dos trabajos pa’ tener más plata. Y cuándo, si ya están jodidos ya, si las tarjetas de crédito la tienen jodida a la gente”.

Reflexiona: “Pa mí, una persona que tuvo mucha visión es el creador del tango ese:

¡Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor!…
¡Ignorante, sabio o chorro,
generoso o estafador!
¡Todo es igual!
¡Nada es mejor!”.

(Enrique Santos Discépolo y “Cambalache”).

—Usted tiene una visión pesimista… (se adelanta):

«¿De la sociedad? Pero obvio que sí, si ahora ya nadie se conoce, ahora la gente es individual. Vive pa’l núcleo familiar, y no hay más, los demás no existen, cada uno vive como quiere nomás».

— ¿En qué tiene esperanza entonces?

En este mundo no hay ninguna esperanza. Entonces cuando te felicitan a fin de año y te dicen: Ah, que este año sea mejor. No, si no va a ser mejor. Si vamos a llegar a esa cuestión de que el dinero después no va a servir. La fuente, el tesoro, el oro que hay aquí en el sistema es el agua. Esa va a ser la pelea, por el agua. Las guerras van a venir por el agua, porque el agua se va a acabar amigo mío”.

— ¿Pero en qué tiene esperanza usted?

“En el futuro, esa es mi esperanza. Jesucristo dice que va a venir por lo suyo, esa es mi esperanza de gloria”.

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Sergio Benvenutto Palacios

Exdirector del Diario La Batalla de Maipú.

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