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Luis Cerda. Parte II y final.

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Tiempo de lectura: 7 minutos

Ver: Luis Cerda. Parte I.

Austria

Lo que más llamó la atención de Luis Cerda en Austria fue la gente. “La gente es súper diferente a acá, el estilo de vida. Porque allá es todo con tiempo, todo así como de una línea. No me agradó tanto, porque encuentro que esas cosas así como tan ordenadas y tan rectas, como que te hacen perder calidez humana. Aquí todos lesean con todos. Por ejemplo aquí el Metro se para, se demora un poco y todos reclaman, por último, o tiran tallas. Pero allá no. Allá es por tiempo el tren. El tren que yo tomaba para ir a entrenar era el de las 16:34, y siempre estaba ahí: 16:34; después el otro era a las 17:31; después el otro a las 18:12, exactamente a esa hora estaba. Y si se demoraba un minuto más, salía hasta en las noticias. Eso como que yo lo encontraba exagerado”.

Locuaz, rememora: “Las cajeras del supermercado son como máquinas. Pasan las cosas nomás, pasan, pasan. Súper rápido, rápido, rápido. Y un día a una señora se le cayó algo, y tenía todo acumulado… Yo le dije a Joel Mayo: oye, ¿voy a ayudarle?; le podría ir a ayudar yo… Y me dijo: no, estai loco. Van a pensar que la van a asaltar, van a pensar que le vai a robar… Por diferente nomás, la gente es como de esa onda”. Sobre lo mismo, reconoce: “Me discriminaron. Peleé dos veces en la calle, porque me perseguí las dos veces. Porque me insultaban. Lo que más te decían era extranjero. Extranjero tanto, extranjero tanto; ándate a tu país, tanto… Siempre fue después de las fiestas que había. Las dos veces pegué un combo y se acabó la pelea”.

Las fiestas a las que hace referencia se hacían en el complejo recreacional de Hansi Neuner, donde trabajaba. “Llegábamos a tomar desayuno, porque ahí había restorán también. A las ocho en punto había que empezar a trabajar. Y había que buscar qué hacer: de repente limpiar la calle, de repente ir al centro de eventos, donde hacían conciertos, a ver qué había que hacer. No sé, montón de cosas había que hacer. Había un lago artificial allá, con toboganes. De repente había que limpiar el lago. Yo me ponía traje de baño, me metía al agua. Cosas así, hasta las dos de la tarde”.

Después del trabajo almorzaba, descansaba, y partía al gimnasio. “A las cuatro me iba, a las cinco empezábamos a entrenar. A todo esto, tenía como una hora de viaje, desde donde yo vivía hasta el centro de Tirol. Era como el pique a Escuela Militar, en tren. Entrenaba de cinco a siete, siete y media. Después me devolvía en la noche. De repente pasaba al centro, a Innsbruck. Pasaba al Internet, al cyber, a caminar… Después me iba a la casa. Llegaba como a las diez. Y después a dormir, leer. Me dediqué a leer harto allá. Leía los diarios, revistas que pescaba en alemán, para poder aprender yo mismo. Palabra que no entendía, la escribía en un cuaderno. Iba haciendo una lista, y después de eso las buscaba en el diccionario, las traducía. Y así las memorizaba, así aprendí. En ir a comprar solo me demoré como un mes…”.

Entrenamiento

Luis menciona el viaje hasta Escuela Militar porque es el que realiza diariamente rumbo al gimnasio Vitalis, del centro comercial Omnium, en Las Condes. Allí entrena bajo la tutela de Iván Corral, su entrenador desde que se inició en el profesionalismo el año 2011 y a quien considera el mejor. “Él es el que dirige —instruye—, él es que sale en la esquina cuando uno pelea, es él el que da las instrucciones, él es el que te venda las manos para pelear, él es el que pone la vaselina en la cara, en las cejas, él es el que te da agua. Él es el que te asiste, en la esquina, durante el minuto de descanso de la pelea, él te dirige, él te dice si vas bien o mal, él es el que te entrena para llegar a la pelea, y es el que te dirige en la pelea”.

La jornada de entrenamiento de Luis es doble. En la tarde sale nuevamente de su casa y aborda el Metro en la estación Las Parcelas, hasta Santa Ana, a tres cuadras del Club México.

Llegó al Club México a la edad de 13 años, siendo estudiante del Liceo de aplicación. Su profesor de Educación Física, Daniel Contreras, lo llamó un día aparte: “oye Cerda, tú tienes condiciones para el deporte”, dijo. Luego le preguntó si le interesaba practicar el atletismo. Muy fome, respondió Luis. El boxeo le llamaba más la atención.

En el Club México conoció a quien sería su entrenador durante tres años, y el más importante en lo que va de su carrera: Luis Díaz. “Él decía: oh, tú eres bueno, zurdo. Y empezamos a hacer sparring todos los días, y hacía sparring con viejos igual pa’ mí: 25 años, 20 años, y más pesados que yo. Y yo valiente nomás pos, yo iba a la guerra”. Luis Díaz pensaba en Cerda como en el próximo Martín Vargas. Así se lo hizo saber a Luis Hermosilla. “Tengo un zurdo súper bueno, decía. Súper, súper bueno, don Luis, pa’ que lo conozca, pa’ que lo haga pelear luego”.

En días de la semana, Luis Valenzuela da una vuelta taciturna entre de los boxeadores que entrenan en el gimnasio «Humberto Vásquez Mellafe». Así debe haber llegado un día frente a Cerda. “Y don Luis siempre me cuenta, que llega y ve a un huevón flaco, súper flaquito así, como chico. ¿Y este pelusa? Don Luis Díaz está puro hueveando, dijo don Luis. Porque no, este no le gana a nadie…”.

Luis Cerda asistió junto a Luis Valenzuela al funeral de Luis Díaz. “Y ahí fue cuando conocí a la familia de don Luis Díaz, y ellos me conocían, porque les hablaba de mí en ese tiempo en el que me entrenaba. Después se dio la oportunidad de que yo me fuera a Austria… Y ese día don Luis Valenzuela me dijo: sabís qué, Lucho, don Luis Díaz siempre tuvo razón, tú eres súper bueno. Yo no creí, pero él siempre tuvo razón”.

“Muchos dicen que lo difícil del boxeo es el entrenamiento, o sea, si uno entrena duro, la pelea se hace fácil”, concluye Cerda. Es lo que le gusta de “Rocky” y sus secuelas. En lo demás le parecen demasiado fantásticas.

El día de la pelea

“El día de la pelea a mí me gusta cocinarme mi propia comida, mis fideos, fideos blancos de repente o con queso rayado. Descansar, ver tele, tratar de no pensar en boxeo, eso es lo que hago. Estar tranquilo, intentar estar lo más tranquilo que pueda. Bueno, y ya, ordenar mis cosas, mi bolso, mis zapatillas de boxeo, el pantalón de boxeo. Yo tengo como unos amuletos, unas cruces que eran de mi papá. Y tengo una foto de mi papá conmigo, cuando yo era bebé, y una foto de mi hijo, y un rosario que me dio mi hijo. Entonces esas cosas las ordeno y las llevo, y me persigno con ellas. Así como que le pido a mi papá que me cuide y todo… Si la pelea por ejemplo es a la nueve, yo a las siete estoy ordenando mis cosas, pa’ a las ocho estar saliendo de mi casa”.

“Me gusta irme en Metro siempre. Me gusta irme solo a las peleas. Voy serio, ojalá escuchando música. Y Llego al México —ahí generalmente son las peleas—, saludo a la gente, serio. Hola cómo estás. Bien, bien. Serio, no sé por qué”. “Y ahí me empiezo a preparar, a cambiarme de ropa y todo. Llega un momento en que me pongo a rezar, en el camarín, mirando la foto de mi papá, de mi hijo y todo. Porque me proteja a mí y a mi familia en general, y a los que me rodean”.

“El trayecto de caminar del camarín al ring, con la música y todo, como que me pongo feliz. La gente que grita, la gente que va a apoyar, me pone feliz eso”.

Luis está consciente del espectáculo: “tenís que hacerlo, pa’ que la gente lo vea. O en la televisión, o vaya al Club México a verlo. Yo Estoy consciente de eso, me gusta eso. Yo me siento admirado de repente; la gente a uno lo admira por ser boxeador, entonces eso a mi me hace sentir bien, y más aún cuando la gente dice: no, este cabro es súper humilde, este cabro es súper simpático. No es tonto, es súper inteligente, es un boxeador que sabe. Me gusta eso, que hablen bien de uno. Porque siempre hay un prejuicio de que el boxeador es un hueón tonto, y no es así pos, al contrario. Yo digo que pa’ ser boxeador hay que ser súper inteligente. No cualquiera puede subirse, sino todos serían boxeadores. Un abogado, ¿podría subirse arriba del ring? No pos, es otro estilo de vida nomás pos”.

“Pa´ subirse a un ring hay que estar bien preparado, y en la pelea hay que poner en juego igual las habilidades y todo. O sea, es como que hay saber solucionar un problema. No es llegar y subirse a tirar combos. No es llegar y pelear. En la calle se pelea porque sí, arriba de un ring no. Arriba de un ring hay que saber solucionar un problema para ganar, o para salir vivo por último de esa. De que no te peguen tanto, o de que no te peguen, pegar y que no te peguen, o de pegar y seguir pegando”. “Yo digo, ¿por qué voy pelear en la calle?, si mi trabajo es pelear, pero arriba de un ring. Y al final igual cualquiera podría pelear, a combos nomas po’. Pero yo prefiero prepararme, y demostrar que puedo hacer eso, pero con mi profesión pos, con el boxeo, arriba de un ring, donde las cosas son con reglas y parejas, los dos boxeadores van bien preparados, los dos boxeadores van dentro de un peso y todo”.

“Y todos dicen, a mí me dicen: tú con el boxeo vai a quedar tonto. ¿Qué pasa si a los 40 años estai como tonto? Yo digo: pero es que no es así pos. Yo antes de ser boxeador era tonto, con el boxeo y con los golpes me voy poniendo inteligente”. “Gracias al boxeo yo he aprendido otro idioma, gracias al boxeo he aprendido cosas de la vida por ejemplo. No sé pos, anécdotas que tengo que contar. He aprendido estilos de vida diferentes a los que tiene uno aquí en Chile. Es como cultura, algo como cultural”.

La música que acompaña el trayecto hasta el ring es “Eye of the tiger”, de “Rocky III”. Luego viene la presentación, luego suena la campana. “Suena la campana, y ahí soy yo solo. No hay nadie más”.

Luis fue campeón nacional juvenil en dos ocasiones. En el 2008 y en el 2009. Como profesional lleva siete peleas ganadas y solo una perdida.

“Gane o pierda, como lo hice la última vez, me siento igual satisfecho conmigo mismo, por haber estado ahí parado. Porque la gente a uno lo haya estado mirando, y por tener el valor igual de subirse a pelear y que te golpeen”. laBatalla

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Sergio Benvenutto Palacios

Exdirector del Diario La Batalla de Maipú.

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