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«En un Chile que palpa con mayor claridad el legado cotidiano de la Dictadura, examinar el momento fundacional de ese legado se vuelve un ejercicio más actual».

Como no había ocurrido nunca en estos veintitrés años, este septiembre los recuerdos del Golpe de Estado y la represión posterior se instalaron en la contingencia. La cifra redonda de 40 años aportó para que así fuera, pero si esta conmemoración fue más profunda que en 1993 ó 2003 fue en buena medida gracias a los cambios que han ocurrido en Chile a partir del Movimiento Estudiantil del 2011. En un Chile que palpa con mayor claridad el legado cotidiano de la Dictadura, examinar el momento fundacional de ese legado se vuelve un ejercicio más actual.

La propia memoria de las víctimas sufrió una curiosa  y provechosa metamorfosis. Hasta ahora muchas de las versiones oficiales sobre las violaciones a los DDHH habían estado marcadas por la lógica de los “dos demonios”. Se condenaban las violaciones, pero se “contextualizaban” aludiendo al carácter supuestamente violentista del proyecto de la Unidad Popular. Se recordaban las marginales acciones de violencia ejercidas con anterioridad al Golpe y se enfatizaba como si fuera un hecho fundamental la importancia de ese Congreso del Partido Socialista en Chillán, que probablemente fue menos importante para sus asistentes que para los ansiosos historiadores de derecha. Era para la derecha una retirada estratégica: ya que tras el Informe Rettig era imposible negar las violaciones a los derechos humanos, se buscaba una forma de explicarlos.

No hubo este año mucho espacio para esos ejercicios y las víctimas fueron retratadas en general como personas honestas, defensoras de un proyecto político razonable  y de la democracia como medio para llevar a cabo ese proyecto. La televisión a través de miniseries y reportajes, con mayor o menor brillo, sostuvo este retrato. Pareciera que no hay un discurso alternativo que pueda ser sostenible de manera consistente, sobre todo porque los que se han propuesto (como el ya mencionado de los “dos demonios”) han sido incapaces de ir dando cuenta de los nuevos hechos que hemos ido conociendo.

De todas formas en la mirada larga esta conmemoración no trajo más novedad que la difusión ahora masiva de hechos que a través de investigaciones periodísticas ya eran sabidos hace rato. No fue esta una conmemoración “bisagra”, en la cual hubieran quedado establecidas nuevas visiones sobre el Golpe y la represión. Uno podría aventurar que en algún momento la historiografía se hará con propiedad cargo del tema. Entonces las preguntas serán otras y la causalidad y la contextualización (contextualización en serio, no el contexto derechista) harán su entrada en escena con propiedad.

En la mirada corta en cambio la conmemoración del Golpe de Estado sí tuvo novedades y un sabor especial que la volvieron única. Merece una mención el festival de peticiones de perdón que sectores de derecha nos regalaron; lo mencionamos no para alabar la supuesta nobleza de quienes pidieron perdón, sino para señalar cómo el abuso del gesto puede en la práctica vaciarlo de contenido. Esto porque un perdón genérico amparado en la fórmula “por lo que pude haber hecho” resulta un tanto desconcertante. No sé cómo reaccionaría yo si un día cualquiera un vecino me dijera que me pide perdón por lo que podría haber hecho, agregando “por acción u omisión”. Supongo que lo miraría extrañado y le preguntaría a qué hecho concreto hace referencia. Si su respuesta no clarificara la situación entraría rápidamente a mi casa pensando que algo raro pasa en el barrio.

Alguien debiera haberle preguntado al Senador Hernán Larraín por ejemplo qué hecho concreto motivaba su petición de perdón. Nadie lo hizo y el gesto quedó instalado como un recurso más de la política. Aparentemente debemos alabar la nobleza del Senador Larraín, yo al menos me encojo de hombros y pienso que algo raro pasa en el país.

Otra mención importante es para Sebastián Piñera. Nos tenía acostumbrados a esperar con una sonrisa sus intervenciones, pero nos sorprendió a todos, hay que reconocerlo. Probablemente desde el momento en que supo que ganaría las elecciones del 2009 preparó este mes sabiendo que sería su oportunidad para mostrarse como estadista y como el forjador de una derecha no vinculada a la Dictadura. Hay que darle el mérito en esta pasada.

Algo de resentimiento parece haber en su actuar. La UDI en varias pasadas le cerró el paso a la construcción real de una “derecha moderna”. Cada vez que Piñera quiso hacer guiños al centro, la UDI puso su potencia parlamentaria en la mesa y le pegó el portazo. Ya clausurada la posibilidad de que su gobierno modernizara a la derecha, Piñera se regocijó mojándole la oreja a la UDI y al legado simbólico de la Dictadura. “Cómplices pasivos” fue la expresión que sacó ronchas.

Algunos ya se preguntan si esta conmemoración afectará el resultado de las elecciones que vienen. Parece dudoso que lo haga en el caso de las elecciones parlamentarias, o al menos hay que ver caso a caso, pero en la elección presidencial resulta determinante: la campaña de Evelyn Matthei fue sepultada con la agenda conmemorativa de Piñera. A partir de este mes resulta claro que su candidatura es testimonial, porque en los momentos en que necesitaba construir ejes temáticos desde los cuales minar a Bachelet, tuvo que hacerse cargo de un tema difícil para la derecha, y la candidata no era la adecuada para hacerse cargo de esos temas.

La Concertación también sufrió la audacia de Piñera. El cierre del Penal Cordillera resultó perturbador y obligó a poner en la mesa los acuerdos de la Transición. La existencia de penales de lujo resulta difícil de justificar hoy y cuando se apela al contexto de la Transición queda un sabor extraño. Hay que recurrir a una amenaza latente de parte de los militares, gobiernos que subsistieron con una espada de Damocles encima. Parece razonable pero, ¿cómo se compagina eso con la “transición ejemplar” que nos han vendido tanto tiempo?

Finalicemos señalando que el lunes se anunció una querella por parte de los familiares de Odlanier Mena contra Sebastián Piñera por haberlo acosado y haber provocado su suicidio. Vista la catadura moral de Mena cuesta imaginar una acusación más elogiosa para un presidente comprometido con el respeto a los derechos humanos. ¿Cuántos hubiera estado dispuesto a hacer Lagos con tal de tener un trofeo semejante?

* Profesor de Historia y Geografía. Ajedrecista.

Las opiniones vertidas en este espacio son responsabilidad de cada autor/a y no representan necesariamente la línea editorial de laBatalla.

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Nicolás Varela

Profesor de Historia y Geografía.

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