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Entramos a La Higuera un 17 de septiembre.

Habíamos leído una reciente mención que terminó impulsándonos por sobre nuestros prejuicios. La imaginábamos como un lugar oscuro y quizás hostil. No hallamos hostilidad, salvo la de un parroquiano en el bar que nos increpó por andar tomando fotos:

—CÁLLATE —le reconvino el barman—. ¡¿Ya te pusiste tonto?!

O algo así. La Higuera se divide en dos. Un bar y un restorán.

En la parte del bar, a la que se accede desde la calle Chacabuco por una puerta batiente, pudimos observar casi puros hombres. De edad madura, diríamos. La mitad sentados con un vaso al frente, la otra parados con un vaso a un costado.

Son gente que va a tomarse una cañita, a comerse un huevito, nos dijo el administrador, Miguel Serrano.

Él puso énfasis en el carácter inclusivo de La Higuera, en el sentido de que iba gente de todas las clases sociales (aunque enumeró solo una clase humilde y una clase media).

El otro sector es el más amplio. Corresponde al restorán y tiene un carácter mucho más variado, en cuanto a concurrencia, a consumiciones y a ambientes.

Según el administrador, la mayor parte de quienes visitan La Higuera son mujeres —refirió el carácter “feminista” de La Higuera—, y a partir de lo que vimos acá no tendríamos por qué no creerle. Cuando llegamos sonaban Los Huasos Quincheros.

Vimos a tres jóvenes amigos con una jarra a medio vaciar. La segunda de cuatro, chancearon. Provenían de la Villa Portales, del Maipú central y de Villa Pehuén.

“El que no ha venido acá no es de Maipú”, dijo uno.

“Es como que no te hayas juntado en la pileta”, añadió otro.

Guido Silva Valenzuela menciona a La Higuera en su libro “Brochazos de un maipucino antiguo”, volumen 2, recordaba yo. Impulsado por ello preguntamos a Ernesto Rossel (51), garzón, en qué había cambiado La Higuera a lo largo de todos los años que lleva trabajando en ella (23):

—En nada —respondió.

De hecho, la higuera que inspiró al primer dueño a nombrar el local sigue en pie, al fondo del patio, si bien tapada por un techo provisorio hasta que llegue el verano.

Le preguntamos a Ernesto en qué había cambiado la calle Chacabuco en todos estos años, y nos volvió a responder:

—En nada.

Estaba almorzando, y engulló bastante rápido su almuerzo, para seguir trabajando. Definió a La Higuera como “picada”, lo mismo que había hecho el dueño minutos antes.

Carlos Espinoza (52) se econtraba junto a Domingo Vázquez (55).

A Domingo le parece bueno el ambiente, entre otras cosas:

“Por el vientecito, porque en otros lugares es puro cerra’o adentro. Es como una fondita chica”.

Domingo es conserje en un condominio, vive en Villa Valle Verde en Maipú. Carlos Espinoza realiza instalaciones eléctricas en ascensores, y vive en Ciudad Satélite. Originario de Mala, Cañete, Perú, radicado hace veinte años en Chile.

Le preguntamos a Domingo qué tal le resultaban los terremotos como el que estaban tomando:

“Ricos, dulces. Pero pa’ tomar, es pa’ seguile adelante… es llamativo”.

—Es curador —apuntó su amigo.

¿Van por otro?

“Sí, de todas maneras”, dijo Carlos. “Uno más y con eso quedamos rayados”, añadió su amigo.

María Paz Parra (24), de la Villa Pizarreño, garzona, también califica al trago de dulce:

“Los clientes dicen que es rico el pipeño de acá, incluso lo vienen a comprar de afuera para llevárselo”.

En general había bastante movimiento, era bien ajetreada la labor. Cuando salimos a calle Chacabuco, nos plegamos a la multitud que se desplazaba. Ese día, en Maipú, habíamos visto una fila enorme ante una caja de compensación, y ante una peluquería, y ante una fábrica de masas para empanadas y sopaipillas. Era gente preparándose para el 18.

El 18 de septiembre de 2014 La Higuera permaneció cerrado (por el feriado). Pero para los días posteriores esperan se replete.

El sol que restaba de esa tarde nos punzó las sienes, y el fantasma de un dolor de cabeza nubló un segundo nuestra perspectiva.

Tomamos el metro rumbo al centro. Tarareamos mentalmente, si bien con lenidad, En la ciudad de la furia, de Soda Stereo, y Love Me Do, de los Beatles, que sonaron sucesivamente en aquel vagón.

Después caímos en cuenta de que en el metro no se pone música ambiental.

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Sergio Benvenutto Palacios

Exdirector del Diario La Batalla de Maipú.

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