Recuerdos de la avenida 5 de abril de un maipucino antiguo, con imágenes de 1930 a la fecha.
Hace ya más de un año, remontamos con Guido Valenzuela en su taxi la avenida 5 de abril, cuyo pasado imprimió en dos sabrosos libros de crónicas.
Un pasado vaciado por la añoranza de los días de infancia y juventud, pespunteado de nombres, de personas y personajes capturados en instantáneas que podrían fecharse en el año sesenta.
Para entonces, este maipucino antiguo tenía diecisiete años, y cruzaba regularmente la avenida, flanqueada de árboles y acequias, hasta el cuartel de los Bomberos.
No era mucha la gente que transitaba:
«Muy poca gente, excepto a las horas en que pasaba la micro de la Rinconada, los niños que llegaban a caballo de la Rinconada al colegio O’Higgins, donde también había un palo para amarrar los caballos adentro».
Al final no se veía el templo, por cierto, sino la Capilla de la Victoria, no gigantesca como aquel pero sí imponente, «de un color así como beige», con la efigie de la virgen tras unos barrotes. Asimismo, la placa recordatoria del voto de O’Higgins, que quién sabe dónde se encuentra ahora.
Desde Pajaritos
En el cruce con Avenida Pajaritos, donde hoy está el Líder del Espacio Urbano, estaba la municipalidad. Después, el dispensario, «donde estaba el doctor Aranda y el practicante Bernardo Ferreira»; el juzgado; la tesorería. Luego venía el comisariato, «donde se compraba todo a precio oficial, atendido por el gordo Berroeta y con sus clásicas filas para comprar té y aceite», y la Cooperativa de Ahorro y Crédito Parroquial 5 de abril Ltda., fundada por el párroco Alfonso Alvarado y un grupo de vecinos.
Más allá, el economato; el negocio «La Pompeya», de don Antonio de La Prida. Adonde hoy está Monumento (en ese entonces quedaba trunca en la vereda norte) vivía don Domingo Quintas, relojero:
“Era muy buen conversador. Usted venía a arreglar reloj en la mañana, y se iba en la tarde, porque conversaba todo el día, y al final le arreglaba ahí mismo el reloj. Era una persona muy distinguida” (vamos intercalando la conversación con don Guido con pasajes de su libro, que consultaba de vez en cuando).
Después venían los Fuenzalida, y los Durán, «que mantenían en su terreno una panadería, un local de billares y un restaurante donde se fabricaban los primeros helados de nieve, que se vendían por kilo en unos vasos grandes de cartón».
«Y al otro lado, pasando Manuel Rodríguez, había una carnicería, que afuera tenía una cabeza de buey. Nunca se le puso el nombre, pero la gente le decía El buey lacho«.
«Después de la carnicería venía un señor muy nombrado aquí en Maipú, que se llamaba don Leonidas Rosende; él era corralero.
Después venía la fuente de soda La Victoria, de la señora Trinidad, y después la casa de doña María Menanteaux, y después la bomba».
También estaban la casa de los Carrasco y la del Palomo, «el árbitro de fútbol más conocido de la comuna». «Su vecino era don Ernesto, un señor que andaba siempre con una gorra de maquinista pues había trabajado en Ferrocarriles del Estado».
Continuaba la calle con la casa de la familia Arroyo y de los Barrales, la peluquería de Carlos Díaz y terminaba la cuadra con la casa del señor Peragallo, quien era un antiguo funcionario de la caja de ahorro y crédito y que después de jubilarse se dedicó a las labores de la iglesia y todas las mañanas barría la vereda desde su casa hasta la llegar casi el cuartel de bomberos».
En la siguiente foto, tomada desde el templo en construcción, se distingue la casa del señor Peragallo (en celeste), en la esquina de 5 de abril con Carmen, donde hoy hay comercio y está la sede de la CUT. Además se ve por cierto la techumbre y el campanario de la Capilla de la Victoria, de la que hoy conocemos los muros:
Esta es una toma similar, esta vez desde el mirador del Santuario Nacional, del año 2015:
Por el norte
Por la vereda norte, primero estaba el negocio de abarrotes El Rural, de Eduardo Escobar; después, la quinta de recreo «El Paraíso». Cerca del pimiento, donde hasta el año pasado estuvo la pileta, había un reloj, con la leyenda:
Es la hora de hacer el bien.
En esa misma cuadra, el abarrote Santa Cecilia, de la familia Araya; la bodega Talca, y la familia que luego de una botillería abrió el Rincón Alemán. Justo en la esquina de 5 de abril con Monumento, «una casita que parecía de cuento, que estaba metida entre varios árboles, donde vivía el chinito Avullón».
A continuación, la tienda «La Primera Maravilla», de don Ángel Escalona, y la casa del señor Meneses, el chófer del primer bus de Las Ursulinas.
Después, el taller mecánico de Floridor Arriagada, quien fuera regidor en la comuna.
Cruzando la calle Manuel Rodríguez, la panadería García; el almacén y botillería de Laura Martínez (más conocida como la «Poroto», sobrenombre que heredó de su padre); la botica; y la fuente de soda Rex, de Francisco Vallejos.
Más allá, donde está el inderruible centro artesanal estaba la librería «El Peneca», de los Navarro. Y por ahí también, el servicio técnico y la zapatería de los hermanos Carrasco.
Antes de la Escuela de Niñas Nº 169, General San Martín, estaba la casa del señor Hugo Cuevas, y después, la de los Alem.