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La muerte del ciclista Antonio Zúñiga, en Camino a Melipilla

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Tiempo de lectura: 3 minutos

Nadie esperaba la muerte de Antonio Zúñiga.

No la esperaba Patricio Monroy, ciclista que a las 08:15 del martes 03 de febrero de 2015 conducía hacia Camino a Melipilla, por Leopoldo Infante:

“(…) cuando veo que unos treinta metros más adelante un señor se percató de que le habían dado la luz verde para poder cruzar Camino a Melipilla (…) –contó -. Este señor se empina en su bicicleta para cruzar con la luz verde, toma velocidad para aprovechar la oportunidad de cruzar bien, acelera entre comillas el paso de su bicicleta y de manera súbita, y muy irresponsable y violentamente, lo arrolló un Hyundai i10, un city car”.

Cuya conductora, con 1.65 de alcohol en la sangre y sin licencia de conducir, habría infringido la luz roja.

Tampoco esperaban la muerte de Antonio Zúñiga sus hijas:

“Yo estaba haciendo hora extras –dijo Teresa, quien trabaja en una panadería- y me quedé hasta las dos de la tarde. Mi pareja me fue a buscar al trabajo, sin decirme nada. Y llego aquí a la casa [pasaje Lanalhue, villa Inés de Suárez, Maipú], y mi mamá estaba sentada con una vecina, y estaba con los ojos llorosos. Para mí, dije, algo pasó. Mi mamá me da un abrazo, me sienta y me dice:

-El tata se fue.

– ¿Para dónde se fue?

-Se fue con tu hermano.

El hermano de Teresa había fallecido el 2013.

“Y ahí a mí me da una crisis. Me puse a llorar, golpeando todo en el suelo, golpeándome la cabeza. Lloré, grité, lo llamé (…). Yo reacciono nomás, no soy muy de guardarme las cosas”, dijo mientras se fumaba el segundo de tres cigarrillos que fumó seguidamente mientras duró la entrevista.

“Yo ese día –recordó su hermana Flor-, cuando venía para acá, no lo quería creer. El camino lo encontré demasiado largo, porque no quería llegar aquí, para no encontrarme con la noticia que era verdad, de lo que había pasado con mi papá”.

“Un viejo así como grandote, pachoncito –lo describió-. Y tenía su carácter si… como todo viejo antiguo. Bueno para la talla”.

“A veces lo veíamos medio cabizbajo. Y si te conversaba un tema medio así tristón, no podía hablar, porque se le hacía el tremendo nudo en la garganta. Nosotras sabíamos que era porque no se había desahogado por la muerte de mi hermano. Se le caían como cuatro lagrimitas, y empezaba a carraspear”.

¿Por qué no se desahogó?

“Por el hecho de aparentar que él era hombre, y para que nosotras no lo viéramos que andaba medio tristón, llorando”.

“…Y físicamente sus ojitos verdes, sus canas, su tez morena”, evocó.

Patricio Monroy vio a un hombre “alto, grande”. Tras arrastrar su cuerpo por unos diez a quince metros, el vehículo resultó:

“Con pérdida total”.

Dijo. Y apuntó: “La luz verde que tienen los vehículos, que le da la opción a los vehículos para circular por Camino a Melipilla, deben ser yo calculo entre diez y quince, sorprendentes diez o quince minutos; y la luz verde que da para cruzar a los peatones, que fue la luz verde que tomó el señor Zúñiga, deben ser cuatro minutos. Donde alcanza un peatón a cruzar, por cierto. Alcanza una persona normal a cruzar, incluso a paso lento”.

“Pero si no alcanza –añadió-, la espera es larguísima, y la gente cruza ahí para ir a su trabajo. Recordemos que al frente está GoodYear… yo trabajo en Toyota Bruno Fritsch (…), y esos quince o diez minutos pueden significar un retraso en la llegada al trabajo”.

“Pero yo creo que la solución no está en darle una luz roja o verde más larga o más corta a la gente –opinó-. Ahí lo que debiera existir es una pasarela sobre nivel, para que la gente no tuviera nunca contacto con los vehículos. No es un recurso caro, yo apelaría a las empresas del gran, gran cordón industrial que hay en Camino a Melipilla… se podría financiar, es cosa de proyectarse, no es una inversión tan, tan millonaria, una pasarela sobre nivel”.

Él tiene auto, y moto. Pero por evitarse tacos, y por hacer deporte, va a su trabajo en bicicleta. “Interesante sería que las autoridades observaran en las mañanas, entre las 07:30 y las 08:30, la gran cantidad de gente que cruza ahí, tanto peatones como ciclistas”, señaló.

Antonio Zúñiga se dirigía también a su trabajo, en Lonquén. Su viuda, Berta Esparza (en la foto), no tuvo problemas en abrirme la puerta de su living, de su casa.

Pero no me abrió las puertas de su más íntimo sentir. Apenas me dijo:

«Es que yo no hago que él está donde está, hago que él anda trabajando afuera. De esa forma lo he tomado yo. Yo no considero que esté en el cementerio con mi hijo».

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Sergio Benvenutto Palacios

Exdirector del Diario La Batalla de Maipú.

Ver comentarios

  • Es muy dificil perder un padre, el tambien tiene un hijo de 16 años, el cual lo extraña y lo extrañara siempre, quisas con el quedaron cosas pendiente que solo luis zuñiga sabia,

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