
Proyecto financiado a través del FFMCS 2025

El taller “Pinceladas de Esperanza”, impulsado por el Diario La Batalla de Maipú gracias al Fondo de Medios de 2025 de la Secretaría General de Gobierno de Chile, reunió durante diez sesiones a vecinas de distintas edades y trayectorias, guiadas por el acuarelista Jaime Fuentes.

En la sede de la Junta de Vecinos de Ciudad Satélite, un grupo de mujeres encontró algo más que una técnica artística. Muchas venían cargando penas, pérdidas, enfermedades, duelos y rutinas que las absorbieron durante años.
Lo que comenzó como un curso artístico se convirtió de inmediato en una forma de terapia, un espacio donde pudieron hablar —a veces por primera vez— de aquello que les pesaba. Y desde ahí, recién entonces, la acuarela empezó a fluir.

El proyecto, diseñado como un curso de ilustración básica de acuarela, con el destacado profesor Jaime Fuentes, ganador de la medalla de oro de la Sociedad Nacional de Bellas Artes, también fue un refugio emocional y un punto de encuentro para mujeres que, por distintas razones, habían postergado sus inquietudes creativas.
Algunas llegaron por curiosidad; otras, buscando un respiro ante rutinas exigentes o momentos difíciles. Todas coincidieron en una idea: la acuarela abrió un espacio interior que no sabían que necesitaban.

“Yo feliz por haber entrado en la posibilidad que me están dando de aprender algo que sí me gustaba, pero lo tenía bien escondidito”, contó Rosa Rebeco, una de las participantes, resumiendo el clima que poco a poco comenzó a instalarse en la sala.
Historias que brotan sobre el papel

Entre las asistentes, destaca Fanny Ravera, quien llegó a Chile desde Italia cuando tenía diez años. Su relato, marcado por la nostalgia de la migración y el valor de la familia, encontró en el taller un puente hacia emociones que creía adormecidas.
“No pretendo ser profesional, pero sí aprender bastante y mostrar mi criterio, mi inteligencia”, dijo sobre sus motivaciones. Para ella, la acuarela es un lugar emocional:
“Uno se abre totalmente y piensa hartas cosas bonitas”.
Fanny, quien alguna vez estudió óleo en la Universidad de Chile, reconoce que este reencuentro con el arte le permite revivir afectos profundos:
“Cuando pinto, pienso en mi pasado, en mis padres. Me hace sentirme más libre”.
Sus cuadros, cuenta, los dedica siempre a la familia: “Todo lo que hago es pensando en ellos”.
Creatividad como afirmación personal
Claudia Álvarez llegó al taller con una historia muy distinta. Por años, un problema de salud le impidió tener sensibilidad en las manos, lo que la alejó de cualquier actividad manual. Volver a intentarlo no solo requería técnica, sino también valentía.

“Siempre quise aprender a pintar, pero antes no pude”, relató. Hoy, cada avance la emociona. “Una cosa es lo que uno quiere y otra lo que queda, eso es lo que más me ha costado”, reconoció con autocrítica.
Para Claudia, el mayor estímulo está en su familia: “Les muestro mis trabajos a mis hijos para que vean que su mamá puede hacer cosas más que las tareas de la casa”.
Una pausa necesaria

Rosa Puentes, otra de las asistentes, llegó buscando aire. Luego de dejar su trabajo para cuidar a su padre enfermo, sintió la necesidad urgente de un espacio propio. Lo encontró en las sesiones semanales, donde descubrió habilidades que nunca se atrevió a explorar.
“Le tenía temor a la acuarela”, confesó. “No se me ha hecho tan difícil como pensé. Es aprender técnicas y practicarlas”.
El taller también se convirtió en un sostén emocional: “Estoy viviendo un momento complicado, pero esto me ha servido para despejarme”.
A su lado participa Mariela, amiga de años, que retomó un sueño postergado. Dedicó su vida a criar a sus hijos, todos profesionales ahora, y recién hoy se dio la oportunidad de explorar una inquietud profunda: “Me habría encantado entrar a la Escuela de Bellas Artes. Nunca es tarde para aprender algo que a uno le gusta”.

Más que un curso, una comunidad
Las sesiones no solo enseñaron a manejar pinceles y colores. También generaron un círculo de apoyo afectivo, un espacio para conversar, recordar, sanar y construir confianza. Las participantes coinciden en que el taller les permitió reencontrarse consigo mismas y con un sentido de pertenencia.
Los trazos, a veces temblorosos, a veces decididos, terminaron siendo la excusa para algo más profundo: compartir intimidades, recuperar sueños aplazados y abrir caminos interiores que durante años quedaron sumergidos.

Para el profesor Jaime Fuentes, la acuarela fue solo el punto de partida. El resultado final, reconocen las participantes, fue la creación de una red de mujeres que encontraron en el arte una herramienta para afirmarse y avanzar.
En Ciudad Satélite, esas diez sesiones quedaron grabadas no solo en los papeles expuestos al final del taller, sino también en las voces de quienes participaron. Y como coincidieron varias de ellas, la conclusión es simple: nunca es tarde para empezar a pintar la vida de nuevo.
Galería de Fotos

















Proyecto financiado a través del FFMCS 2025


Periodista U. de Chile.
Magister en Educación.
Directora Asociación Profesores de Francés de Chile.

Deja una respuesta