Nadie quedó indiferente ante el resultado de las últimas elecciones municipales de Maipú. No había que ser experto electoral para darse cuenta de que la UDI, encabezada por Cathy Barriga, tenía el camino allanado para ser la vencedora ante la nuevamente dividida izquierda (esta vez en 5 candidaturas).
Esa misma lógica, la de la segmentación, es la que llevó a la izquierda a perder gran parte de las comunas emblemáticas a manos de la derecha. La primera permitió el triunfo a la segunda.
En este escenario es que debemos enfrentar un nuevo año electoral clave para el futuro del progresismo y las demandas sociales por las que tanto hemos luchado. Ante un gobierno que no ha sido capaz de llevar adelante el apoyo ciudadano, vale la pregunta: ¿aprendimos la lección?
Al parecer no.
Tenemos, por una lado, a la Nueva Mayoría, aquella casa en la que el PC y la DC parecían convivir felices, y que hoy ya se dirige en derecho camino hacia el desahucio.
Por otro lado, al autodenominado Frente Amplio, cuyos primeros acuerdos fueron para excluir a movimientos y partidos, prefiriendo la estrechez ante la suma, y que adolece de un problema no menor: la mayoría de los actores políticos que lo componen no son partidos, y los que sí lo son, es posible que no superen la temible prueba del “refichaje” de militantes que concluirá en abril, con lo que sólo dos de ellos mantendrían su estatus de partido político en no más de 4 de las 15 regiones del país. Hace pocas horas, incluso, el Partido País ha suspendido su participación en el Frente Amplio, acusando dinámicas “estudiantiles y de centro de alumnos” al interior de la colectividad, es decir, amateurismo político.
Por otra parte está el PRO, que hace años viene pidiendo primarias amplias con toda la centroizquierda y para todos los cargos. Sin embargo, nadie ha accedido a competir.
Y también están los movimientos sociales, las organizaciones políticas locales, las asociaciones culturales y muchísimos grupos de distinta índole quienes niegan que la única forma de realizar transformaciones sociales y políticas sustanciales y permanentes es llegando al poder mediante la legítima vía democrática, para todo lo cual se requiere convergencia. Ingresar a la política, competirle a los conservadores y vencerlos. Es la única forma.
Por último, pero no menos importante, está aquella gran mayoría de chilenos y chilenas no organizados y desinformados que desprecian, desestiman y desconocen la importancia de la política en la conducción y bienestar de un Estado democrático.
El problema de lo anteriormente descrito no es solamente que otra vez le dejemos libre el camino a la Presidencia a Sebastián Piñera y a la ampliación del número representantes en el Congreso y los concejos regionales a la derecha. El problema es mucho mayor. Es que existen miles de compatriotas que no pueden seguir viviendo con pensiones indignas, que hay niños muriendo en el Sename, que todavía existen miles de familias viviendo en campamentos, que aún tenemos una Constitución, heredada de la dictadura, que no garantiza los derechos fundamentales, y así un larguísimo etcétera. Si no nos ponemos de acuerdo, jamás tendremos pensiones dignas, jamás tendremos una Asamblea Constituyente, jamás resolveremos las dificultades de la infancia en Chile, entre muchos otros problemas.
Entonces, ¿de quién es la culpa?
Es tuya y es mía. Es culpa del infantilismo y la falta de capacidad de reconocer que nadie puede a solas. Ya es momento de que nos pongamos de acuerdo, acá no sobra nadie.